martes, 12 de marzo de 2019

Albaicín



    La viajera después de callejear por el centro histórico de Granada pasea por la Carrera del Darro, una de las calles más famosas que transcurre paralela al río Darro. Dicho río, entre casas, iglesias, restos de un arco árabe y puentes, discurre a través de un romántico barranco bajo la escarpada colina sobre la cual está enclavada la Alhambra. En el margen derecho, los puentes conectan con el barrio de la Churra; y en el lado izquierdo, Albaicín, con su laberinto de callejuelas estrechas y empinadas, que fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1994. Casi todas sus viviendas son de planta baja rodeada por un muro, normalmente blanqueada, que las separa del exterior, y en su interior cuentan con un pequeño huerto y jardín: son los cármenes, una típica edificación granadina construida en el siglo XVII sobre las casas moriscas.




   Caminando por el suelo empedrado de la Carrera del Darro,   la viajera se topa con  los restos del Puente del Cadí, el acceso a la vieja medina nazarita.  Justo enfrente está el Bañuelo, los baños árabes más antiguos que se conservan en España;  y a las espaldas  del convento de Santa Clara, la Casa de Zafra,  una antigua mansión nazarí que se desarrolla en torno a un patio,  con alberca central,  y que actualmente alberga el Centro de Interpretación del Albaicín.



    Tras atravesar la estrecha Carrera del Darro se abre el denominado “Paseo de los Tristes”. Allí la viajera disfruta de una original vista, en contrapicado, de la Alhambra; y le llama la atención, al otro lado del río y a los pies de la Torre de Comares, un edificio abandonado que algunos llaman “Casita de muñecas”, y otros “Hotel Reuma” por sus humedades; y en la explanada, la imponente escultura de un bailador flamenco y coreógrafo: Mario Maya. Desde este punto, se puede subir al castillo rojo por la denominada Cuesta de los Chinos o Cuesta del Rey Chico; o acceder al Sacramonte o al Albaicín subiendo por la cuesta del Chapiz donde se encuentra el Palacio de los Córdova rodeada de bellos jardines; y a mitad de la pendiente la Casa del Chapiz, y el Camino del Sacromonte que permite disfrutar también del palacio nazarí, y además de las famosas cuevas excavadas en la roca donde se asentaron los gitanos granadinos en el siglo XVIII.






   En  Albaicín, la viajera visita    dos viviendas moriscas del siglo XVI en la denominada Casa del Chapiz que en la actualidad alberga la Escuela de Estudios Árabes. Allí solo puede conocer sus patios y sus jardines que cuentan con unas estupendas vistas a la Alhambra y el Generalice.




   La casa más meridional es la más grande pero ambas se organizan en torno a un patio rectangular con alberca en el centro. La más pequeña cuenta con un aljibe destinado tanto para el consumo humano como para el riego de la huerta. ¡Un privilegio de la época sólo para las personas adineradas!



     Desde el mirador de San Nicolás, la viajera contempla una puesta de sol espectacular donde el palacio de los fastuosos califas resplandece con todos los colores. Inmediatamente detrás, la cordillera de Sierra Nevada con sus cumbres nevadas que se recortan en el cielo. Otros puntos para admirar el  majestuoso edificio: el mirador de San Cristóbal, en todo lo alto del Albaicín; el  de los Carvajales, en el Albaicin Bajo; y el mirador de la Ermita del San Miguel Alto, situado en la colina más elevada, donde se puede contemplar desde arriba las rojizas torres de la Alhambra,  el Generalifie, retiro veraniego del moro, y la línea de murallas que rodean la ciudad. Louisa Tensión, en 1853, en Castilla y Andalucía, escribe: “¡La Alhambra! ¡El palacio-fortaleza de los moros! Hay magia en el nombre que colma la imaginación con los recuerdos del pasado. Los poetas la han cantado; los pintores han pasado cada una de sus piedras a su lienzos; los viajeros la han descrito con el más entusiasta de los lenguajes y, todavía hay unos pocos que podrían sentirse desilusionados al contemplarla, pocos, al menos, de los que están verdaderamente capacitados para apreciar lo bello de la naturaleza y del arte.”

  Al caer la tarde, baja a la calle Elviria por el  conocido  pasaje de las teterías y termina el día disfrutando de otro de los encantos de Graná: ir de tapas, pero  hay tantos  restaurantes y bares que cuesta elegir….







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