sábado, 4 de mayo de 2019

La Baixa







 Era un día espléndido  cuando la viajera llega a la céntrica Plaza de  los Restauradores, presidida por un gran obelisco que conmemora la independencia   de Portugal  como reino, y  donde se encuentra el  antiguo Teatro Edén, actualmente convertido en hotel,  con  su llamativa fachada art-déco. Desde allí, comienza a conocer  el corazón de Lisboa, la Baixa: el barrio neoclásico y antisísmico reconstruido por el marqués de Pombal, primer ministro del rey José I,  después de la destrucción ocasionada por el terremoto de 1755.  “Fuera del espacio reedificado  por Pombal con arreglo a una planta uniforme, todo el suelo de esta gran ciudad presenta enormes desniveles, cuestas fatigosas y altibajos que si favorecen lo pintoresco, no son lo más recomendable para los pulmones.” (Benito Pérez Galdós)



   A poca distancia de la Plaza los Restauradores la viajera se topa con la estación decimonónica  del Rossio, un edificio de estilo neomanuelino que se parece más a  un teatro o  palacio que a una estación ferroviaria. Se encuentra en la plaza del Rossio, constituida por miles de piedras blancas y negras que forman un mosaico de dibujos ondulados, y presidida por la estatua de D. Pedro IV, rey de Portugal y primer emperador de Brasil.


   Desde la Plaza del Rossio la viajera toma rumbo hacia la Rua Augusta, una calle peatonal muy animada que conduce hasta el grandioso Arco de Triunfo que da paso a otra de las plazas emblemáticas de Lisboa: la enorme Plaza del Comercio (Terreiro do Paço).

  Benito Pérez Galdos escribe: “Es la más hermosa de Europa. No tenemos nosotros en ninguna de nuestras poblaciones nada comparable á este espacioso cuadrilátero de una regularidad perfecta, con esbeltas construcciones en tres de sus costados, y abierto por la parte sur al delicioso panorama del río. La estatua ecuestre del Rey José I y el gran arco triunfal de la Rua Augusta, obras ambas afectadas de barroquismo, ofrecen, á pesar de su estilo, de un aspecto grandioso, y decoran admirablemente la plaza.” 

   José Saramago, en 1981, en Viaje a Portugal, escribe que  "es una bellísima plaza con la que nunca supimos muy bien qué hacer. De oficinas y despachos de gobierno ya poco queda, estos caserones pombalianos se adaptaban mal a las nuevas concepciones de los paraísos burocráticos. En cuanto a la plaza, ahora parque de automóviles, ahora desierto lunar, le faltan sombras, resguardos, focos que atraigan el encuentro y la conversación. Plaza real, allí en aquel rincón fue muerto un rey, pero el pueblo no la tomó para sí, excepto en momentos de exaltación política, siempre de corta duración. El Terreiro do Paço sigue siendo propiedad de don José. Uno de los más apagados reyes que en Portugal reinaron, mira, en estatua, un río que nunca le debió de gustar y que es mayor que él."





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