La viajera después de contemplar las altas cumbres de Luchon regresa a Viella. A la mañana siguiente sale para el valle de Bohí, que no es, en realidad, un valle sino varios y es famoso por sus iglesias románicas de espigados torreones construidas durante los siglos XI y XII, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en al año 2000. Están situadas en las pequeñas aldeas de Erill la Vall, Taüll, Bohí, Durro, Cardet, Coll y Barruera. También, la ermita de Sant Quirc ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad. Probablemente no haya lugar en la cristiandad que tenga mayor concentración de iglesias románicas por kilómetro cuadrado. Todas las iglesias del Valle de Bohí presentan campanarios parecidos: esbeltas torres airosas de planta cuadrada que cumplían una función de comunicación y vigilancia del territorio. Además en todas se encuentran pinturas murales, aunque muchos de sus frescos han acabado en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), en Barcelona. Los frescos que vemos actualmente son copias. Fueron la familia de los Erill, señores feudales quienes construyeron todas estas iglesias en el valle para demostrar su poder. Camilo José Cela, en 1965, en su Viaje al Pirineo de Lérida escribe que donde se dice valle de Bohí puede entenderse, sin caer en el despropósito, señorío de Erill y añade: "El señorío de Erill pasó del feudalismo a la electrificación sin enterarse de la Revolución francesa ni de la máquina de vapor."
La primera parada es en Erill la Vall. Don Camilo escribe: "El campanario de Erillavall, es airoso y esbelto como un junco, espigado y muy proporcionalmente gentil; la torre de Erillavall, que semeja una atalaya asomándose al mundo de la minúscula y honda poesía, levanta cinco danzas de arcos aplomados -igual que espadas o corazones- sobre la dura tierra. En Santa Eulalia de Erillaval, un imaginario del siglo XII esculpió un San Juan y un descendimiento que parecen hermanos de las pinturas de Tahüll, al otro lado del río; ahora están en Barcelona, en el Museo de Arte de Cataluña, el osario que guarda -embalsado y burocratizado- gran parte del tesoro artístico que fue de los pueblos donde Dios lo puso, y acabó devorando la ciudad."
La siguiente parada es en la parroquia de San Clemente de Taüll, a la entrada del pueblo, con su altísima torre campanario de seis pisos de altura y con ventanas múltiples. Don Camilo escribe: "Sant Climent, a lo que dicen los sabios (y entre los sabios, el caballero Bernat Conill), es la más bella arquitectura en todo el contorno; el viajero, que es ignorante pero bien mandado, no tiene nada que objetar."
En el interior de la pequeña basílica de San Clemente destaca su impresionante campanario y el fresco de la semicúpula del ábside central, el Pantocrátor, pero lo que se contempla hoy es una fiel reproducción. Don Camilo escribe: "Las pinturas de los ábsides de Santa María y de Sant Climent -y todo lo que los funcionarios pudieron despegar de sus paredes- está (¡caliente, caliente!) también en el museo de Barcelona. "
La tercera parada es en Bohí. Don Camilo escribe: "La iglesia de San Juan Bautista de Bohí -tan venerable e ilustre, pero no tan bella y elegante y grácil como la de Erillavall o como cualquiera de las dos que alumbraban el campo de Taull -es igual que una alondra que se cansó de volar el monte y su misterio. La iglesia de San Juan Bautista de Bohí es más modosa y sin afeites, más acorde con el escueto y sobrio puro paisaje en el que se alza. Al viajero le resultan especialmente amables estas olvidadas piedras sin pretensiones pero rebosantes de silenciosa intimidad y de mansa unción, en las que las gentes se bautizan humildemente, se casan sin dar tres cuartos al pregonero y asisten, con muy contenida compostura, al funeral por el padre al que se le acabó la cuerda, casi a la chita callando, después de haber dado un oficio y una escopeta y un saco con cien duros dentro, a cada hijo."
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