La Basílica de San Pedro, la iglesia más grandiosa de la cristiandad, “no puede abarcarse de un solo golpe y ha de ser contemplada por partes” y “hace pensar inmediatamente en el inmenso poder que gozaron los Papas, en los cuantiosos recursos que les proporcionó la fe, para realizar tan asombrosa maravilla”. (Vicente Blasco Ibáñez, 1896, En el país del arte (tres meses en Italia)
La historia de la basílica de San Pedro es trágica: atrajo sobre Roma y la cristiandad todo tipo de desgracias. La historia comienza en el siglo IV cuando el emperador Constantino legaliza el cristianismo y decide erigir una basílica en el lugar donde podría haber sido enterrado el apóstol Pedro, un enterramiento cristiano ubicado en la colina Vaticana. Tras la caída del Imperio Romano, Roma perdió gran parte de su importancia. Empobrecida y despoblada solo quedaron un pequeño asentamiento en el Trastevere y algunos grupos de pastores sobre las siete colinas. Los papas medievales vivían fuera de Roma. Se instalaban en cualquier parte, menos en Roma, que se reservaba solamente para las coronaciones y otras ceremonias inevitables. El papado pasó a ser la única autoridad en Roma cuando regresaron definitivamente, después del gran cisma de 1417, al palacio Vaticano.
En 1503 asumió el papado Julio II. Con sesenta años, tres hijas, numerosos nietos y fama de bisexual mandó reconstruir la capital del mundo, empezando por la Basílica constantiniana. El papa encargó el proyecto a Bramante, el iniciador de la nueva tendencia arquitectónica en Roma, el barroco. Y a Miguel Ángel, un mausoleo faraónico porque el papa quería ser enterrado en el centro de la basílica, justo encima de la supuesta tumba de Pedro y bajo una inmensa cúpula. La muerte de Bramante en 1514, un año después de Julio II, le impidió llevarlo a cabo
El nuevo pontífice, León X, hijo del florentino Lorenzo el Magnifico, solicitó ideas a Rafael que modificó algunos planteamientos de Bramante y recurrió a la venta de indulgencias por toda Europa para conseguir nuevos fondos para la basílica. Iban los dominicos de pueblo en pueblo ofreciendo a gritos el perdón de los pecados con arreglo a tarifa. Tan grande fue el escándalo, que le bastó a un párroco agustino alemán, Martín Lutero, protestar contra tan indigno comercio, para ver inmediatamente a su lado todas las naciones del Norte. En 1520 el papa firma el decreto de excomunión de Martín Lucero, no intuye la inminente ruptura del cristianismo y la aparición de un gran movimiento reformador, enemigo de los papas, que los católicos llamaron «protestante». “El maravilloso templo se hizo con el dinero de los fieles; pero a cambio de tal maravilla, perdió el Papado media Europa." (Vicente Blasco Ibáñez)
Mientras se extendía por el norte europeo la rebelión contra el papado, un nuevo pontífice, Clemente VII (otro Médicis) se alió con Francisco I de Francia contra el emperador Carlos I porque le inquietaba la hegemonía de Carlos en la península itálica y temía que su familia perdiera el Ducado de Florencia. El emperador mandó sus tropas sobre Roma y los soldados entraron en la ciudad a sangre y fuego: más de 6.000 ciudadanos fueron torturados y asesinados; los principales palacios fueron incendiados y demolidos; la Capilla Sextina se convirtió en dormitorio para las tropas; los supuestos cráneos de los apóstoles Pedro y Pablo fueron utilizadas como pelotas para jugar; el altar de la basílica de San Pedro fue utilizado como mesa de naipes. Además de la mortandad y el destrozo, Clemente VII tuvo que capitular y pagar una indemnización: la mitad de lo recaudado con la venta de indulgencias, causa inmediata del cisma protestante fue a los bolsillos del emperador Carlos.
Contra todo pronóstico, la basílica de San Pedro sobrevivió y el genio florentino Miguel Ángel ideó una nueva cúpula para San Pedro, más elevada y esbelta. Su sucesor, Carlo Maderno, modificó de nuevo los planos según las directrices de la Contrarreforma: alargó la nave de ingreso para que el edificio tuviera forma de cruz latina y, sobre todo, para aumentar el espacio. Esa ampliación perjudicó la vista de la cúpula desde la plaza, semioculta por la nave frontal. También construyó una brutal fachada de mármol.
Por fin, en 1612, el papa Pablo V, un hombre absolutista que condenó a Copérnico, arruinó los sueños de Julio II y se dedicó a sí mismo la basílica, con una gran inscripción en la fachada: "In honorem principis apost Paulus V Burghesius Romanus Pont Max an MDCXII pont VII". En 1626, Urbano VIII consagró la nueva basílica y dio las obras por concluidas. “De Julio II no quedó ni el soñado mausoleo, del que Miguel Ángel sólo llegó a construir alguna pieza, como la estatua de Moisés, hoy en la basílica de San Pietro in Vincoli (San Pedro encadenado), lejos del Vaticano".
En definitiva, la basílica de San Pedro es la obra de varias generaciones. Durante su construcción se cambió de plan y de arquitecto muchas veces. Bramante fue su verdadero autor, pero tras él intervinieron en la construcción, entre otros, Rafael y Miguel Ángel. Javier Reverte escribe: “Bramante, oscurecido con el paso del tiempo por esos gigantes que fueron Miguel Ángel, Rafael y, más tarde, Bernini y Borromini, fue sin embargo un arquitecto excepcional y un pintor de mérito. Y todos los otros le admiraron. Amigo personal de Leonardo, sentía envidia de Miguel Ángel. Por otra parte, era tío de Rafael, al que protegió y presentó a los papas. Su calidad como artista, sin embargo, no se correspondía con su altura moral, ya que era un intrigante y un manipulador. Dicen que fue él quien recomendó al papa Julio II a Miguel Ángel, más joven que él, para que pintara la Capilla Sixtina, seguro de que su trabajo resultaría un fiasco. La jugada le salió del revés, pues Miguel Ángel creó una de las obras más grandiosas de la historia del arte."
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