viernes, 16 de febrero de 2018

Foro romano




   La viajera desde los  Foros imperiales continúa el paseo por el Foro romano y se pregunta cómo sería pasear por aquella plaza de la Antigua Roma.  Las ciudades romanas eran de planta rectangular y estaban cortadas por dos calles principales: la primera que discurría de norte a sur; la segunda, de este a oeste. En la confluencia de ambas calles estaba el foro, es decir, el corazón de la ciudad -semejante al ágora griega y a las plazas céntricas en las ciudades actuales-, donde se encontraban las escalinatas y los pórticos columnados de los monumentales edificios de gobierno, de comercio y de religión. Vicente Blasco Ibáñez, en 1896, En el país del arte (tres meses en Italia), escribe que en parte alguna de la Ciudad eterna se siente la grandeza de la antigua Roma como en las ruinas del Foro. Añadía: “Hermoso lugar donde cada piedra encierra un recuerdo y cada edificio una historia. Este Foro romano es la matriz donde se formó la civilización: todos los pueblos modernos tienen algo que salió de aquí. Y lo que el mundo entero mira con profundo respeto, los romanos, en los siglos de decadencia, se encargaron de saquearlo. A no ser por Rafael y Miguel Ángel que protestaron en nombre del arte ante tal vandalismo e hicieron que el Papa ordenase una excavación para aislar el Foro, ya no quedaría de éste ni una sola piedra. Había una familia romana, la de los Barberinis, de la que salieron cardenales aporrillo y hasta Papas, la cual tenía una mano maestra para construirse palacios destruyendo los monumentos de la antigüedad y robando el mármol. Por esto quedó en Roma como refrán, la frase de los artistas indignados ante tal saqueo: Lo que no hicieron los bárbaros lo hicieron los Barberinis”.

   Goethe en su Viaje a Italia escribe que si en otras ciudades hay que buscar los objetos dignos de interés, aquí éstos nos acosan y saturan. La inmensa riqueza, aunque convertida en ruinas de esta ciudad, que aquí ante cada objeto de arte nos obliga a preguntarnos por el tiempo en que fue creado. Añadía: “No es posible comprender el presente sin conocer el pasado, y la comparación de ambos requiere tiempo y tranquilidad. Ya la situación misma de esta capital mundial nos lleva a pensar en su función. Comprendemos pronto que no fue un pueblo viajero, grande y bien dirigido el que se instaló aquí y eligió sabiamente este lugar como el centro de su reino No, fueron los pastores y bandidos los primeros que optaron por este lugar para hacer de él su morada. De este modo, unos cuantos mozos y vigorosos establecieron en la colina los fundamentos de los palacios de los señores del mundo, a cuyos pies entre pantanos y pedregales, crecería más tarde la ciudad”.


   La historia de Roma antigua a lo largo del milenio en que se desarrolla (básicamente desde el siglo VI a.C. al siglo V de nuestra era) tiene tres etapas fuertemente caracterizadas: monarquía, república e imperio. La tradición señala que Roma fue fundada el 753 a.C. por los gemelos Rómulo (que significa Romano) y Remo, que presumiblemente fueron amamantados por una loba, y que el primer rey fue Rómulo, quien logró la corona, por el sencillo sistema de matar a su hermano. La Roma republicana implantada en el año 509 a.C. conquista primero la península italiana y se enfrenta luego a Cartago por la hegemonía del Mediterráneo occidental. Durante la fase imperial (27 a.C. - 476 d.C.), Roma se caracteriza por tener un gobierno absolutista en manos de los emperadores. En este periodo, el dominio de los romanos crea un vasto imperio.

   La Roma imperial, que llegó a superar el millón de habitantes en la época de Adriano, fue la primera gran ciudad que se enfrentó al reto de tener que organizarse para poder dirigir un inmenso territorio poblado por millones de personas, que obedecían las ordenes que desde allí se emitían. Por ello, Roma fue el primer gran imperio capaz de crear un gigantesco Estado que se extendió por tres continentes. Para Roma las ciudades eran básicamente centros de poder desde los que se organizaba el territorio con grandes infraestructuras: calzadas, acueductos, servicios públicos esenciales, edificios para el ocio….

   La globalización romana nunca acabó de resolver la dificultad que suponía la administración de las provincias y sólo pudo regular su explotación, sin tener en cuenta las consecuencias que esta política de dominio podría tener a largo plazo. Cuando los bárbaros, es decir los extranjeros, atacaron y destruyeron finalmente Roma, su proceso de penetración en las instituciones y en la sociedad había comenzado mucho antes. Ya en tiempo de la República, los bárbaros intentaron llegar a Roma en busca de “papeles” (la ciuitas o derecho de ciudadanía) que les permitieran disfrutar del tipo de vida que se daba al otro lado de sus fronteras. Era una lucha por la supervivencia que sigue produciéndose dos mil años después.

  Desaparecido el Imperio, también la red urbana que había creado acabó por paralizarse. El mundo posterior se ruralizó: la población disminuyó, se abandonaron las ciudades y la población se dispersó por los campos, donde el alimento se encontraba más cercano pero ahora rendían una productividad considerablemente menor. Y así, la economía y el saber se paralizaron. Muertas las ciudades, el desarrollo se detuvo, al menos en lo que a Europa se refiere.

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