Palacio Medici Riccardi
Una mañana del mes de mayo, bajo un cielo cálido de nubes
esponjosas, la viajera llega al Puerto de la Spezia, puerta de entrada a dos espléndidas
ciudades de la Toscana:
Florencia y Pisa. En el centro histórico de Florencia,
declarado Patrimonio de la
Humanidad en 1982, se detiene ante el Palacio Medici
Riccardi, construido en el siglo XV para Cosme de Medici, el fundador de la
dinastía de los Medicis. Vicente
Blasco Ibáñez, en 1896, En el país del
arte (tres meses en Italia), escribe:
“En cada calle se encuentran palacios de la antigua nobleza florentina:
gigantescos dados de tostada piedra, flanqueados por esbeltas torrecillas y
perforados por triple fila de graciosas ventanas ovales, partidas por aérea
columna. Dentro están el lujo y la molicie; los vastos salones de techo dorado
y pavimento de mármol verde, con las paredes cubiertas de frescos y los
rincones atestados de asombrosas obras de arte, en las que el cincel de Cellini
o Donatello resucitó la belleza del paganismo con el interminable cortejo de
ninfas y sátiros, nereidas y tritones; pero fuera está la hostilidad ceñuda, la
gravedad amenazante; la fachada convertida en fortaleza, la puerta robusta como
la de un castillo; los ventanales altos, para que no lleguen a ellos las
escalas de los asaltantes; las torres con saeteras, para asomar la negra boca
de los arcabuces, y el alero con vomitorios, para arrojar sobre la amotinada
turba la inflamada resina o el plomo hirviendo. Aún se ve hoy sobre los muros
de los palacios la fila de labradas argollas que sostenían las antorchas en las
noches de fiesta y de baile; pero también se distinguen en las fachadas los
agujeros y desmoronamientos de los asaltos. Sobre esos libros de piedra que aún
han de subsistir muchos siglos, se lee toda la historia de aquella revoltosa
nobleza florentina, dividida en dos bandos, que en Santa María de las Flores
interrumpía la misa mayor y volcaba el cáliz para dar de puñaladas a los
hermanos Médicis o asistía a los bailes llevando la armadura bajo la toga de
seda, para en lo más animado de la fiesta tirar de las espadas y bautizar con
sangre la conspiración”.
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