viernes, 28 de junio de 2019

Alfama





   La viajera ha visitado   el barrio  más antiguo de Lisboa  que se aposenta sobre  una colina: Alfama.  Es la zona morisca medieval,  la cuna del fado.  José Saramago,  en 1981, en Viaje a Portugal, escribe: Alfama es un animal mitológico. Pretexto para sentimentalismos de variado color, sardina que muchos han querido arrimar a su ascua, no cierra caminos a quien allí entra, pero el viajero siente que le acompañan irónicas miradas. No son los rostros serios y cerrados de Barredo. Alfama está más habituada a la vida cosmopolita, entra en el juego si de él saca alguna ventaja, pero en el secreto de sus casas debe de reírse mucho de quien cree conocerla por haber ido allá una noche de San Antonio a comer arroz de cabidela.  El viajero sigue por los callejones retorcidos, entre cuyas casas a uno y otro lado casi los hombros rozan, y allá arriba el cielo es una rendija entre los aleros apenas separados un palmo, o por estas inclinadas plazas cuyos desniveles ayudan a vencer dos o tres tramos de escalones, y ve que no faltan flores en las ventanas, jaulas y canarios dentro, pero el mal olor de las alcantarillas que se nota en la calle, se notará aún más dentro de las casas, en algunas de ellas el sol no ha entrado nunca, y éstas, al nivel de la calzada, sólo tienen por ventana el postigo abierto de la puerta.

   Desde la Plaza del Comercio la viajera sube hasta la Catedral, la Sé, al pie del barrio de Alfama.  José Saramago escribe: A la catedral le faltó muy poco para no sobrevivir a los remiendos de los siglos XVII y XVIII, ulteriores al terremoto, unos sin prudencia ni gusto todos. Se rehabilitó felizmente la fachada, ahora con una bella dignidad en su estilo militar acastillado. No es ciertamente el más hermoso templo que en Portugal existe, pero el adjetivo se puede aplicar sin ningún favor al deambulatorio y a las capillas absidiales, magnífico conjunto para el que no se encuentra fácil paralelo.

   En lo más alto de la colina  se encuentra el Castillo de San Jorge.  La viajera recuerda nuevamente a  José Saramago: Fortaleza de tantas y tan remotas luchas, desde romanos, visigodos y moros, hoy más parece un parque. El viajero duda de si lo prefiere así. Tiene en la memoria la grandeza de Marialva y de Monsanto, formidables ruinas, y aquí, pese a las restauraciones, que en un principio tendrían que reintegrar a la fortaleza en su recuerdo castrense, acaba por tener significado mayor el pavo real blanco que se pasea, el cisne que boga en el foso.

   Siguiendo los pasos de José Saramago la viajera  continúa hasta la Iglesia  manierista de San Vicente de Fora (XVII): Es una imponente masa arquitectónica, pautada por cierta frialdad de diseño, muy común en el manierismo. Manifiesta, con todo, una personalidad clara, aunque discreta, en la fachada.  El interior es amplio, mayestático, rico en mosaicos y mármoles, y el altar, barroco de gran aparato, con sus fortísimas columnas y las grandes imágenes de santos que encargó João V.